Melio con frutos y flores

Melios

¿QUÉ OS HEMOS HECHO LOS “MELIOS” PARA QUE NOS MUTILÉIS DE ESTA MANERA?

Jesús J. Cuenca Rodríguez. Biólogo

Me llamo melio, agriaz, árbol del paraíso, cinamomo o, como me bautizó ese famoso científico sueco, Carlos Linneo, en su obra Species Plantarum, Melia azedarach; al menos, con esos nombres soy conocido por los humanos. Sí, esos seres que se autodefinen como inteligentes (!?), y que se autoerigieron con derecho sobre los demás seres vivos del planeta, incluidos nosotros, los árboles. Si bien, algunos de esos humanos, los de los países de donde soy originario, India, la antigua Persia, el archipiélago malayo, y en general el sur y este de Asia, me consideraban un árbol sagrado debido a las diversas utilidades que daban, con fines curativos especialmente, a casi todas la partes de mi cuerpo.

Aunque mi origen no es de estas tierras andaluzas, vivo en ellas desde hace varios  siglos, y creo que no debo ser tratado como un “extranjero” en los plantíos y jardines que me ven crecer y morir. Ya, Al Awam, agricultor del Aljarafe sevillano, a principios del XIII, en su “Libro de Agricultura”, me citaba con los nombres de “acederaque” y “cinamomo”, mencionando mis preferencias de ubicación y reproducción, así como algunos de los usos medicinales de ciertas partes de mi cuerpo, como hojas y fruto.

Soy un árbol caducifolio, es decir, que pierdo las hojas durante el invierno; poseo un porte considerable ya que llego a alcanzar los 10 m de altura, e, incluso, los 12; siendo mi copa frondosa con forma aparasolada, lo que hace que haya sido muy estimado por la sombra que proporciono durante los meses del estío. Mis flores son de color lila, pequeñas, pero muy abundantes y aromáticas, apareciendo en amplios racimos hacia mediados de marzo hasta finales de mayo. En el mes de noviembre aparecen mis frutos que pueden permanecer en mis ramas hasta la primavera del años siguiente, y que suelen adornarlas mientras me encuentro desnudo de hojas.

Ya, los usos medicinales que antaño se hacían de mí pasaron a la historia, y desde hace años sólo soy un árbol más de los que los “especialistas” llaman “árboles ornamentales”, cumpliendo como árbol de sombra en paseos, avenidas, parques y jardines de ciudades y pueblos de muchos países del mundo. Sin embargo, algunos de esos “especialistas” —más diría yo que son arboricidas o simplemente asesinos de árboles— parece no saber bien cómo tratarme o qué hacer conmigo cuando alcanzo un cierto tamaño. ¡Como si yo tuviera la culpa de ser como soy y alcanzar la talla que alcanzo! Más bien diría yo que son ellos los que no tienen ni idea de dónde plantarme o cuáles son los cuidados que necesito para crecer sano y proporcionar la sombra que demandan de mi follaje.

El momento más inapropiado para una poda es en primavera.

Yo, al igual que algunos de mis compañeros, vivimos en Dos Hermanas, y hemos sufrido la mutilación salvaje de nuestras ramas en el momento más delicado para nosotros que es cuando vamos a empezar a echar el nuevo follaje, en primavera. Un buen día, llegaron las cuadrillas de leñadores con las motosierras, y sin pensárselo dos veces comenzaron a cortar ramas y ramas, a diestro y siniestro, sin ningún tipo de criterio. Bueno, con un único criterio, reducirnos de tamaño, desmocharnos. Ahora, me encuentro débil, me han cortado las ramas que portaban las yemas de mis nuevas hojas y flores, y rápidamente he tenido que emitir brotes, a costa de mis reservas, para poder seguir viviendo. Ya no he podido florecer esta primavera, ni podré dar sombra este verano. Con estos cortes salvajes sólo me han debilitado, poniendo en serio riesgo mi salud.

Es triste que algunos humanos, y más aún los que son responsables de nuestro mantenimiento, nos traten así, con semejante grado de desprecio, dejándonos en manos de arboricidas que lo único que saben manejar (y ni siquiera) es la motosierra. Cuando no quede ninguno de nosotros, tanto los de mi especie como los de tantas otras, los humanos se darán realmente cuenta de nuestro valor y comprenderán, aunque ya será tarde, el verdadero valor del patrimonio verde de las ciudades.

Así me han dejado y este es el aspecto que debería tener si no me hubieran mutilado.

Ambas fotos han sido tomadas en el mes de abril. A la iquierda ejemplar situado en el parterre de un jardín municipal; a la derecha ejemplar creciendo libremente en un solar próximo.

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